Nuestro
Obispo Oscar acudió a los festejos de la Divina Misericordia en Garín y
pidió a la comunidad presente su oración constante por el Papa
Francisco –quien ese día tomó posesión de su catedral de Roma- para que
sea “el Papa de la Misericordia” y que Jesús Misericordioso lo guarde
en su Paz y Bondad infinita.
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martes, 9 de abril de 2013
La Divina Misericordia
El domingo 7
por la mañana una multitud de gente acudió a las barriadas de Garín, a
l…a parroquia de Jesús Misericordioso, que abarca los barrios 24 de
febrero ó Fonavi, La Loma y Presidente Perón, en la populosa Garín)
para la fiesta de la Divina Misericordia, instituida por el beato Juan
Pablo II. Nuestro Obispo Mons. Oscar Sarlinga
concurrió desde temprano, y luego de saludar y agradecer a todos los
que colaboraron con mucha dedicación a preparar las fietas patronales,
asistió a la procesión (de varias cuadras de longitud, a lo largo de los
barrios), por las calles de esa zona de Garín (salimos a “caminar”),
junto con el P. Salatiel, dj. Cura párroco, con Mons. Santiago Herrera,
los sacerdotes, hermanos, hermanas, fieles en general, en ese lugar tan
querido donde la iglesia parroquial fue inaugurada en 2007. La Misa,
presidida por Mons. Oscar Sarlinga,
fue celebrada a las 11. El Obispo recordó en especial que el Papa
Francisco, ese mismo día de la Misericordia Divina, tomaba posesión de
su catedral del Santísimo Salvador y San Juan de Letrán, en Roma. Pidió
mucha oración por él y su ministerio, para que sea “el Papa de la
Misericordia”. Oramos por los sufrientes, los enfermos, los que están
solos, deprimidos, angustiados, los que han perdido la fe y la
esperanza, aquellos que carecen de lo necesario para una vida digna, por
el aumento de la solidaridad efectiva entre nosotros los cristianos,
por las vocaciones sacerdotales, religiosas, misioneras, laicas
consagradas, y por las almas del purgatorio más necesitadas de la
Misericordia Divina.
“Jesús, en
Vos confío, queremos expresar hoy, con alabanza, con plenitud, con paz.
Para compenetrarnos más en la Misericordia Divina, los invito a
meditar el maraviloso salmo 117 (Sal 117, 2-4. 22-24. 25-27ª) porque,
me parece, es la actitud de “alabanza” la que nos mueve a vivir en
nuestro interior con paz y prosperidad “del corazón”, aún sin ser
exentos de sufrimiento, pruebas o amarguras. A Dios, que es nuestro
Padre de Amor, le clamamos: “Sálvanos, Señor, asegúranos la
prosperidad… y le exclamamos: ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor! Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor: el Señor es
Dios, y Él nos ilumina”. Ven, queridos hermanos y hermanas: “bendecir y
alabar” traen “liberación”, porque liberan el espíritu de “dolores
inútiles”, porque nos asocian al único dolor redentor, que es la
asociación a la Pasión de Cristo, y a su gloriosa Resurrección, porque,
en el fondo, es la alabanza la que produce en nosotros esa alegría que
nadie nos puede quitar. Alabar a Dios por su creación, alabarlo por su
redención, y alabarlo hasta “en lo último de nuestros tiempos
interiores”, abriendo los ojos del espíritu a la visión del libro del
Apocalipsis (1, 9-11a. 12-13. 17-19) , tal como San Juan ve “a alguien
semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica”, es decir,
a Jesucristo, el Resucitado de entre los muertos. Lo primero y lo
último que dice Jesús Resucitado es “No temas: yo soy el Primero y el
Ultimo, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo
la llave de la Muerte y del Abismo. Escribe lo que has visto, lo que
sucede ahora y lo que sucederá en el futuro». Sean como fueren los
acontecimientos de nuestra vida y de este mundo tan cambiante, nunca
tengamos miedo, porque el miedo paraliza, y porque, pase lo que pase a
nuestro alrededor, sólo el Señor Misericordiso “tiene la llave de la
historia, del sucederse de los hechos y de los acontecimientos, guiados
por su Providencia”. Así, el fruto de la presencia de Jesús Resucitado
en nuestras vidas nos da la verdadera paz, esa que, más que la
“ausencia de conflicto”, es más bien “plenitud” (como lo sugiere la
noción judaica de “shalom”). Por eso en el Evangelio según san Juan
(20, 19-31) Jesús manifiesta a los suyos un deseo-mandato: «¡La paz
esté con ustedes!. Hoy nos lo dice a nosotros, y también sopla, y nos
da el Consuelo: «Reciban el Espíritu Santo”. ¿Qué más puede darnos?.
Recibámoslo con la recuperada fe del Apóstol Tomás: «¡Señor mío y Dios
mío!».
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